Sunday, September 30, 2007

Texto del discurso pronunciado por Martiniano Alcocer Álvarez
en la sesión solemne del Cabildo de Mérida, Yucatán, la noche
del sábado 15 de septiembre, con motivo del aniversario de la
Independencia de México, y en la cual fue orador huésped


Antes de entrar en materia, quiero sincerarme con ustedes: ya he tenido un grandísimo honor que siempre estará en primer lugar entre todos los honores habidos y por haber: ser abuelo, y se me ha cumplido en la bella personita de mi Natalia –si la menciono es por algo que más adelante diré--. Estar aquí, en esta tribuna y ante las máximas autoridades de Yucatán y de Mérida, hablando en una sesión solemne de Cabildo, es, desde luego, un honor que en la lista de mis honores seguro ocupa un segundo lugar –y no porque no sea grande, es grandísimo y, si no fuera a ofender a quienes me lo conceden, diría que hasta inmerecido, pero, con perdón de ustedes, nada se compara con el máximo galardón de ser abuelo—. Era, eso sí, sin duda, de las pocas cosas que le faltaban a mi currículum, y es que he sido desde “secre” de pintor de brocha gorda e hisopo, vendedor de helados en la estación del tren de Peto detrás de la peni, repartidor de tortillas en bicicleta, hacedor de “voladores” en una fábrica clandestina, aprendiz de platero y de tornero –todo ello para juntar la gastada--, hasta aspirante a cura y periodista.
También me falta –y a estas alturas creo que me seguirá faltando— ser buen torero, jugar bien básquetbol, no cantar tan desafinado y terminar mis días en mi natal Valladolid mientras disfruto una retreta dominical en el parque admirando las altas torres de su “catedral”. Esas, sobre todo la última gloria que no merezco, porque soy un hijo malagradecido y nada pródigo de la bella Sultana oriental, creo que me las voy a quedar a deber.
Esta noche es ya imborrable hito cincelado en mi alma de reportero venido a menos, o sea convertido en periodista de escritorio.
Y ahora sí, a lo que me trajeron.
Hace muchos años, más de 30, asistí por vez primera en encomienda oficial, como reportero del Diario de Yucatán, a una sesión como la que hoy nos congrega, celebrada en esos ayeres en la magnífica Sala Capitular del Palacio Municipal. Entonces me dije que me gustaría estar alguna vez como orador huésped en este sitio en el cual me han precedido grandes valores meridanos, para no ir más lejos, nuestro admirado Fernando Espejo, muerto sin avisar la tarde del miércoles pasado, y el poeta Rubén Reyes Ramírez, apenas ayer. Fue algo que se quedó en el secreto de mi corazón y de lo que hoy hablo por vez primera. Es un gran honor estar esta noche frente a ustedes en una sesión solemne de Cabildo.
Estamos celebrando una efeméride en la que se mezclan en cantidades iguales miserias y heroísmos, mitos y realidades, verdad histórica con pasión malsana e intereses políticos que han construido una historia a modo y medida de sus insanos apetitos, borrando de ella a muchos de quienes deberían figurar en primer sitio y poniendo arriba a otros menos merecedores de la gloria de la inmortalidad, historia de hombres, en resumen, con todo lo que eso significa: el aniversario 197 del inicio de nuestra revolución de Independencia.
También se cumplen 186 años de que en la sala de Cabildo del Ayuntamiento de Mérida, el 15 de septiembre de 1821, se declaró la anexión de la Provincia de Yucatán a México. A partir de esa fecha, una concatenación de sucesos llevó a construir la leyenda negra del separatismo de los yucatecos. Un sambenito éste que nos han y nos hemos impuesto durante siglos y que es una media verdad, que es siempre peor que una mentira completa, que nos ha traído llantos y pesares y nos ha pintado como no somos ante México y el mundo. Y en cuya construcción a lo largo de los años –no es ocioso decirlo y en buena medida de eso quiero hablarles esta noche— hemos contribuido eficazmente los yucatecos, más los de ayer que los de hoy, a quienes les vale el cuento de que somos diferentes al resto de los mexicanos. En realidad, sí somos diferentes, pero ni mejores ni peores que los demás cobijados en la generosa geografía nacional y quiera Hunabkú que sigamos siendo diferentes hasta la consumación de los tiempos.
Muchas veces hemos cantado loas a nuestro acendrado federalismo. Nos hemos regodeado en restregarles en la cara al resto de los mexicanos que, si bien es cierto que nosotros nos separamos más de una vez de la Nación –que nosotros nos independizamos de España casi junto con ellos (éramos Capitanía General, no cualquier moco de pavo o baba de perico, y como tal nos tenían que tratar)--, también lo es –les espetamos-- que lo hicimos movidos por nuestras convicciones republicanas y liberales que chocaban frontalmente con las ideas centralistas y los afanes monárquicos imperantes en los “nobles de bisutería” –“poch” monárquicos, diríamos en yucateco---, a los cuales afanes no escapó ni siquiera el que llamamos Padre de la Patria (a él le gustaba que le dijeran “alteza serenísima” no bien había dado el hoy famoso “grito” que no lo fue realmente y que en el santoral laico casi le gana ya a la Navidad en la enjundia que ponemos para celebrarlo), quienes dominaban el resto de México. La República de Yucatán, como dice la Constitución Política de 1825, “jura, reconoce y obedece al gobierno de México siempre que sea liberal”. Y de encima le puso condiciones: se unirá como república federada “y no de otra forma” –o sea, entiéndelo: una Capitanía General merece trato especial-- y, “por consiguiente, tendrá derecho a formar su constitución particular y establecer las leyes que juzgue convenientes a su felicidad”… Nacía así la “hermana república de Yucatán”, o como alguna vez dicen que un gobernador le aclaró a un presidente: “No hermana, señor, vecina”.
En el largo tramo que siguió en la historia de encuentros y desencuentros con el gobierno nacional –con los nombres de Iturbide, Santa Anna, Benito Juárez, Maximiliano, Carlota (la emperatriz que se bañó en el cenote de Chunchucmil y recibió honores como nunca en su vida mientras estuvo en Yucatán), Miguel Barbachano, Santiago Méndez, el injustamente tratado Lorenzo de Zavala, Porfirio Díaz, el ícono de los revolucionarios de ayer y hoy, el iconoclasta mayor, Salvador Alvarado, su jefe don Venustiano, que lo mandó a bajarles la lana a los hacendados, y muchos otros, de boca en boca desde entonces hasta hoy— y sucesos como la llamada Guerra de Castas --que casi aniquiló a la población blanca de la época y que es quizá la única guerra en todo el mundo que nunca terminó en un armisticio o la rendición de alguna de las partes y cuyo desnudamiento de prejuicios y racismos aún está pendiente—, como ejes de la tragedia en ese siglo XIX, por otros muchos conceptos el de mayor riqueza política de la historia nacional, entre penas y glorias hemos ido entretejiendo vidas, historias personales, idas y venidas, riquezas y pobrezas, grandezas y miserias, toda la variopinta, poliédrica manifestación de lo mejor y lo peor del hombre, hasta llegar al hoy de una ciudad que es pluriétnica y multirracial, abierta al mundo, moderna, llena de contrastes, pero también rebosante de vida, pujante y vital, anciana y joven, y destino final de las esperanzas de miles de personas que llegan como extranjeros –vale decir como extraños, que tiene la misma raíz--, y terminan como uno más de nosotros, a veces con amor más acendrado y eficaz que el nuestro por la ciudad, enraizados en esta Mérida generosa y abierta al mundo.
Los que ya hemos llegado a las seis décadas –los adultos mayores (lo es uno desde que cumple 60 años por arbitraria decisión de quién sabe quién), como reza el eufemismo hoy en boga para llamar a los ancianos en vez de esta bella palabra-- recordamos que durante muchos años caminamos con el cansino paso de una ciudad recoleta y provinciana, con fronteras cerradas a cal y canto a todo lo que viniera de fuera –teníamos nuestros propios refrescos (Sidra Pino, el “champán de Yucatán”, no esa cosa negra que hoy nos venden), nuestras propias galletas (Dondé y Palma, éstas ya extintas), nuestra propia cerveza (Carta Clara y León Negra, “fabricadas con malta y lúpulo europeos”, presumía su publicidad), nuestros propios alimentos chatarra (los charritos, creación campechana por cierto, los polcanes, los kibis, las huayas y ciruelas con sal y chile, eso de limón es de nueva data; en mi natal Valladolid, el sacpah remojado en vinagre con orégano, pimienta y cebolla y servido, coronado con sal y chile, en un pedazo de papel de estraza) y hasta nuestros propios apellidos inclusive, al grado de que era posible identificar el origen de alguna persona por su patronímico: así era fácil saber que los Peraza o eran de Tekax o eran de Dzilam o Dzidzantún, y los Tamayo de por allá mismo (es decir de Dzidzantún); que los Alcocer, los Novelo, Peniche, Rivero, Triay y Rosado eran de Valladolid, de Tizimín o de Espita; los Espejo, los Cuevas y los Esquivel, de Ticul, et sic de coeteris (o sea etcétera).
Aún se recuerda que un gobernador hubo –se llamaba Carlos Loret de Mola Mediz— que para proteger a la incipiente industria panificadora yucateca de entonces –esa fue la explicación oficial— dispuso el cierre de fronteras al pan industrializado que venía del centro del país y no dudó inclusive en mandar a su policía, armada de máuseres y a bayoneta calada, a impedir el paso a través del arco de Halachó de los camiones cargados del pan que vende un osito blanco muy simpático.
Hoy, y de regreso al asunto de los apellidos, uno se encuentra a la vuelta de cada página del directorio algunos que hasta hace poco nos eran ajenos, muy ajenos. ¿Recuerdan que hace un rato hablé de mi nieta? Pues no lo hice sólo por vanidad de abuelo –aunque buena parte hay de eso--, sino porque se apellida Manzanera (no Manzanero, como los de aquí liderados por don Armando) Alcocer y una mitad de ella es michoacana, de Yurécuaro para más señas. Y ese es meramente un ejemplo. Para no ir más lejos, y hablar sólo de los muy conocidos, hoy tenemos entre nosotros Batllori y de encima Sampedro –como nuestro secretario de Ecología--, Kater (la Silvia argentina), Antochiw (don Michel, el investigador), pero también San Emeterio Pérez, como mi buen amigo Rich que es piloto aviador, y Ruvalcaba, Rangel (como mi sobrina Berenice que es yucahuacha o huachayuca), Hermida veracruzanos, Ábrego, Aguinaga, Almaraz, Canseco, Cansino, Elizalde, Ferrer, Lizaola, Lizalde, Rocha, Valdivia, Wade, Wintheisser, Wrenshall, Zamorano, Zamudio, Zimmerman Herzog (dos con ambos apellidos), Zoleto y Zoletto, Zwanziger, Zurita… hallados en una búsqueda al azar en el directorio que ya tiene 1,020 páginas en su sección amarilla y 386 en la blanca, aparte añadidos y apéndices que lo hacen un tomazo.
Hoy Mérida está, como nunca, abierta al mundo. Inserta decididamente en la globalización. Montada en la cresta de los avances tecnológicos –don César la va a hacer la primera ciudad mexicana en ofrecer servicio de Internet en sus parques--. Con calles y avenidas que son envidia de nuestros vecinos campechanos y quintanarroenses, transitada por automóviles venidos de Asia, Europa, Suramérica y Estados Unidos –algunos de ellos de modelos apantallantes y marcas rimbombantes--. En sus comercios, formales e informales, en sus calles y plazas, usted encuentra aparatos de todo tipo fabricados en Vietnam, Japón Corea, Indonesia, Malasia, China, Chile, Argentina, Brasil, Colombia, Guatemala…
A la menor provocación descorchamos un vino chileno o argentino, alemán, italiano o español que compramos en la vinatería de la esquina. Con frecuencia vamos a desayunar y a grillar en torno a un café a Sanborns o Vip’s –la Balsa, la Sin Rival, el Fililí y sus famosos caldos que nos permitían seguir la parranda (aunque eso de tomar cerveza en taza de plástico nunca me gustó mucho), el Louvre (y su mágica sopa de cebolla con dos huevos que curaba la cruda más atroz), el Aladino y el Ferráez (nido de tríos y bohemios como el buen amigo Goyo Brito, maestro del requinto), son apenas un recuerdo borroso y hoy sólo queda de aquella época, luchando a brazo partido por sobrevivir, el heroico Moncho’s--, nos comemos una pizza de Domino’s o Hut, disfrutamos una rica paella en el Mesón del Conde, de nuestro amigo el doctor Efraín, o en la Beltraneja (que dicen que es de don Armando), un rib eye, un sirloin o un New York en Trotter’s (es un decir, desde luego, porque hace falta casi toda la quincena para darse ese gusto); nos citamos con amigos o clientes en algún restaurante del Fiesta Americana o el Hyatt o el Holiday inn. Muchas señoras renuevan su guardarropa en Europa o de perdido en Miami (o, si están muy arrancadas, compran sus galas en Liverpool y dicen que las trajeron de Miami), usan fragancias francesas que adquieren sin mayor problema en cualquiera de los grandes comercios que nos han llegado o que piden por Internet. Los niños y jóvenes juegan Nintendos y Xboxes u oyen música en su iPod (ya hay de 160 gigas, háganme el favor) y ya no vienen a la Plaza Grande, como hacíamos nosotros, sino se citan con sus celulares mediante mensajes que son verdaderos galimatías para encontrarse en las plazas comerciales (algunos no conocen el Centro). Las amas de casa hacen el súper (antes el señor de la casa iba al mercado todos los días apenas Yum Kin asomaba su redonda cara por el Oriente, con su sabucán, a traer la comida del día), en Costco, Sams, la Comer –territorio huach, si alguno hubiera en Mérida--, Wal Mart, Aurrerá, Chedraui, Soriana, Gigante (ya se, don Gustavo, que debí decir Super Maz). Antes apenas teníamos los Komesa del visionario don Raúl Casares, el Super Rosales de atrasito del Paseo de Montejo, el Ramoncito en la García Ginerés y, aquí en el centro, algunas tiendas pomposamente llamadas de ultramarinos, donde se podía comprar mantequilla “dos manos”, aceite Sensat y bacalao noruego “con y sin espinnas”. Hoy hay más extras, seven y oxxos que hongos después de una lluvia.
Los domingos ya casi nadie come en casa, menos en la casa de los abuelos como era antigua costumbre --el puchero de tres carnes es casi una pieza de museo--, sino en algún restaurante o en los comedores de las plazas comerciales, donde encuentra gran variedad de todo –desde un pambazo, una garnacha, un taco al pastor, una hamburguesa o una gordita de la tía Tota (nosotros le decíamos pimitos) hasta rica comida cajún o francesa, pero no panuchos y salbutes. O, si el dinero no alcanza para alguno de esos lujos, compra una milanesa o una ración de mole en alguna cocina económica (antes les llamábamos fondas o loncherías). ¿Alguien se acuerda del choch –morcilla o moronga--, el xix de sebo y la ubre que se compraban ahí por el Siglo XIX, y de la chicharra (no chicharrón) o el buche relleno de los sábados al mediodía?
Y así podríamos hacer una larga lista de costumbres que nos han llegado de fuera y que, como todo, en algunos casos nos enriquecen y en otros nos hacen menos nosotros. Hoy Mérida, y esa es una realidad que más nos vale admitir aunque a algunos les pese, no es la de antes.
Para no hacer muy larga esta historia, como mero dato estadístico, según el conteo de población de 2000 (datos oficiales, pero dignos de crédito, diría algún periodista, despistado desde luego), había radicados en Yucatán representantes de 82 países que sumaban 3,489 personas, 1,687 hombres y 1,802 mujeres (hasta en eso de migrar nos ganan ellas). De Estados Unidos eran los más: 1,237 (629 hombres y 608 mujeres); de Cuba, 454 (208 y 246); de España, 152 (88 y 64); de Argentina, 84 (45 y 39), pero también de Uganda, Iraq, San Vicente y las Granadinas, Granada, Bulgaria, Eslovenia, Eslovaquia, Bosnia y Herzegovina.
Otro dato estadístico: según el conteo de población y vivienda 2005 del INEGI, en Yucatán había entonces 1.617,102 habitantes, de ellos 749,417 hombres y 822,685 mujeres. Venidos de fuera eran 34,420 (hombres, 17,021 y mujeres, 17,399). Vivían en Mérida para esas fechas 691,617 personas, de las cuales 25,200 venían de distintos lugares de dentro y fuera de México. Apenas cinco años antes –y esto llama la atención--, según el XII Censo General de Población y Vivienda, en Yucatán, que para entonces tenía 1.658,210 habitantes, 113,140 eran de fuera del Estado (nacionales o extranjeros). En Mérida habitábamos 705,055 personas, de ellas 83,976 venían de estados o países distintos. Una pregunta para el INEGI y para doña Ivonne y don César: ¿Dónde acabaron varios miles de vecinos de Yucatán y de Mérida que no eran nacidos en esta tierra, pero aquí vivían entonces? ¿Los espantaron los mosquitos y tomaron las de Villadiego? Y perdonen que les deje tarea, pero debe ser importante aclarar esto: ¿perdió Yucatán varios miles de habitantes en cinco años?
En 1985, los extranjeros llegaban a 1,907, de ellos 912 hombres y 995 mujeres. Ese año, se han de acordar, marca un hito en la migración en Yucatán. A partir de 1985, con motivo del sismo que devastó a la ciudad de México, se inició una emigración de la capital hacía lo que desde el Altiplano, con mal disimulada condescendencia, llaman la provincia. A Yucatán llegaron entonces miles de personas de fuera que buscaban la seguridad y la tranquilidad en las que esta tierra es munífica –hasta un tal Efrén vino a plantar aquí su columna griega desde la que fustiga a los malos políticos (va a ser difícil que vea usted a alguno aquí esta noche, amigo Columnista)--. Y se instalaron en Mérida, pero también en otras poblaciones y enriquecieron y dinamizaron nuestra vida y nuestras costumbres. Hoy, por ejemplo, saliendo de aquí --y me apuro a terminar para no aguarles la fiesta-- muchos de ustedes irán a sus casas o algún restaurante a punzarse un tequila, reposado o blanco, según las posibilidades de cada quién (los hay desde cien hasta varios miles de pesos), y cenar pozole o chiles en nogada para celebrar las fiestas patrias. Y eso se lo debemos a nuestros hermanos de fuera (a los que decimos huaches, vengan de donde vengan más allá de Campeche o quizá Tabasco cuando mucho).
De modo entonces que hoy día lo del separatismo es un mito, un mal recuerdo en las entretelas de la memoria colectiva en Yucatán y México. A nuestros congéneres que vienen de otros lares, de dentro o fuera de México, les damos la bienvenida con el corazón en la mano y sólo les pedimos que no nos quieran hacer como ellos sino que se allanen a lo nuestro y lo hagan mejor. Vamos a comer pozole, pero sin olvidar el panucho y el salbut (no salbute, como dice la RAE, con indudable influencia del Centro, que se llama este platillo yucateco), a tomar tequila sin olvidar el xtabentún, el verdín o la mistela, ya no digamos el balché. Bebamos las chelas, pero que no se nos olvide que aquí son frías y se toman en la hora cristal.
Vivamos todos, los que aquí nacieron y los que venimos de otros lugares, y hagámoslo en paz. Y que no se olviden los que vienen a querer hacernos daño que ahí están el señor Saidén y el señor Calero, con sus muy eficaces fuerzas del orden, prestos a meterlos en cintura.
Viva nuestra ciudad provinciana y moderna, tranquila y pujante, abierta y recatada, y viva por los siglos de los siglos. Mueran el separatismo y la xenofobia, pero también la prepotencia y la mala leche de quienes creen que llegan a una tierra de conquista.
Muchas gracias.
Hahal Yuumil bootik teex halaach chu’pal yetel halaach unikoob.

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La reforma de la venganza
Martiniano Alcocer Álvarez
(Publicado en el Diario de Yucatán el 25/09/2007)
Para nada. La reforma electoral aprobada por el Congreso de la Unión y en proceso de aprobación por las legislaturas estatales —cuatro de las cuales habían dado hasta ayer su visto bueno— tiene tufo de revancha y dedicatoria especial al consejero presidente del IFE, Luis Carlos Ugalde.
De una vez queremos aclarar que no les tenemos especial devoción a los actuales integrantes del Consejo General del IFE —fruto, como es bien sabido, de un acuerdo entre el PAN y el PRI en el cual jugó decisivo papel la matriarca del magisterio cuyo nombre produce náuseas—, pero tampoco podemos aplaudir que se le entreguen sus cabezas en bandeja de plata al frustrado —frustradísimo— ex candidato presidencial del PRD, cuyo nombre también produce vascas y retortijones.
La reforma electoral tiene sus lados positivos. Por ejemplo, limitar la avasallante propaganda en medios electrónicos y reducir el tiempo de las campañas, entre otros. Pero nace con el ominoso signo de la entrega como chivos expiatorios de los consejeros para saciar la sed de venganza del dictador perredista y ver si sus huestes en el Congreso se suman a otras iniciativas que tienen interés en sacar adelante PAN y PRI.
Lo malo de todo es que a los ciudadanos nos dejan como al chinito —“nomás milando”— y le producen una herida que pudiera ser mortal a una institución ciudadana que debería estar por encima de las veleidades de la política partidista.
Poder electoral. Hace unos días acudió al programa El Columnista radio, de Efrén Maldonado, en 92.9, el diputado federal panista Edgar Ramírez Pech, quien, igual que todos los legisladores federales, está en una cruzada para defender ante los ciudadanos la reforma constitucional relativa al asunto electoral.
En la plática con el legislador se abordó el asunto del Poder Electoral, es decir un cuarto poder igual al Ejecutivo, al Legislativo y al Judicial y con facultades bastantes para normar todo lo relativo a la elección de las autoridades.
Esto del Poder Electoral es una idea hacia la cual tendrían que caminar los regímenes democráticos de todo el mundo: un poder realmente ciudadano por encima de las mezquindades partidistas, elegido mediante métodos distintos de los usados para las autoridades de los otros tres niveles de gobierno como organizador y árbitro supremo del proceso.
La idea está planteada, habría que analizarla y darle forma para que los ciudadanos al fin tengamos no sólo voto, sino también voz en las grades decisiones.
Pendientes. La Academia Yucatanense de la Lengua ha tenido en este mes patrio varios motivos para alegrarse. Uno de ellos fue la invitación para estar presente en la sesión solemne de la Academia Mexicana de la Lengua en la cual se rindió homenaje, entre otros, a José Peón Contreras y Antonio Mediz Bolio, sesión en la cual hubimos de lamentar la ausencia de las autoridades yucatecas y de la capital del Estado.
La corporación también lamenta que hasta la fecha no haya podido reanudar sus tertulias, las cuales tenían como sede la antigua biblioteca del Colegio de San Francisco Javier, anexa al Congreso del Estado, y tampoco realizar la sesión solemne en la cual hará su ingreso como académico de número el abogado y maestro don Jorge H. Álvarez Rendón.
El inmueble había sido la sede donde, con numerosa concurrencia de público, se habían celebrado las tertulias, en las cuales integrantes de la Academia abordaban temas culturales e históricos relacionados con los fines de la institución.
Los socios de la Academia han buscado una entrevista con el presidente de la Gran Comisión del Congreso, Jorge Carlos Berlín Montero, para hablar de la reanudación de esas reuniones en la que había sido su sede, pero hasta la hora presente no se ha podido concretar la entrevista y no por desinterés de los académicos.
Punto de sal. Atinada corrección: fue Justo Sierra Méndez y no su padre el yucateco que ocupó la silla VIII de la Academia Mexicana de la Lengua. Gracias don Gonzalo.— Mérida, Yucatan.
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Un discutible afán de cambio
Martiniano Alcocer Álvarez
(Publicado en el Diario de Yucatán el 11/09/2007)
Institucionalidad. Hay palabras de difícil asimilación, sobre todo para jóvenes que tienen exacerbado el deseo de cambiar todo, de comerse al mundo de un bocado, de establecer un antes y un después de ellos. Esa palabra es institucionalidad. Y es muy peligroso atacarla, porque es el cimiento de la vida en común, el marco que permite la convivencia pacífica —o al menos la tolerancia— y allana el camino al entendimiento.
Uno comprende que la gobernadora Ivonne Ortega Pacheco quiera tener junto a sí y en puestos clave a personas de su entera confianza y por eso, no obstante los escrúpulos de los profesionales del Derecho contra el cuñado de la señora Ortega, puede entender que lo quiera cerca en un territorio clave para la buena marcha de su gobierno.
Pero nos parece exagerado su afán de remover a los consejeros del Instituto de Acceso a la Información Pública. Sobre todo, nos parece poco sólido el argumento de que accedieron a sus cargos de manera ilegal. Alguien lo dijo, y lo dijo bien: el gobierno no puede ir contra sus propios decretos y hay un decreto del Ejecutivo mediante el cual fueron designados los tres consejeros. Además, hay muchos antecedentes de otros funcionarios que no dejaron sus notarías, si no que le pregunten al pensionista más rico de Yucatán. ¿Verdad don Orlando?
Los malpensados podrían decir que doña Ivonne quiere en esa importante institución a personas que no le rasquen mucho a los entresijos de su administración. Recuerde: no es conveniente hacer tabla rasa. Hay un entramado institucional necesario para la buena marcha de la cosa pública y, hoy por hoy, el INAIP sí funciona.
Vil revancha. Ese y no otro es el calificativo que merece la actitud de diputados y senadores perredistas ante el IFE. Como no le dio el triunfo a su Peje —aliviados estaríamos— ahora pretende desintegrar a su Consejo y no quieren ver ni en pintura a su presidente, Luis Carlos Ugalde. Usan su poder en ambas cámaras como moneda de cambio para satisfacer los insanos deseos del que pudiendo haber sido el político más poderoso de México se ha convertido en una rémora al avance de las instituciones. Una pústula, un forúnculo en salva sea la parte.
Choca a la sociedad —y si no, vean las encuestas— la actitud que asumen esos gatilleros de AMLO. Y no es que creamos que los consejeros actuales de IFE son los mejores que podamos tener —para empezar son fruto de negociaciones en las penumbras de PAN y PRI—, pero el daño que se derivaría de su remoción a estas alturas sería inmensamente mayor que el de su permanencia. Desde luego, vivimos en una democracia imperfecta. Estamos a siglos luz de ser una sociedad poderosamente vertebrada, donde el ciudadano sea el mandante. Pero con actitudes como las del perredismo golpeador nunca vamos a lograrlo.
Los mayas. Ha comenzado un nuevo campeonato de la Liga de Básquetbol Profesional. Celebramos el esfuerzo de los hermanos Ruiz Flota —hoy sí, apoyados por el gobierno estatal—. Sin embargo, por lo poco visto en dos partidos, creemos que el equipo del año pasado era superior. Hacen falta, para no ir más lejos, uno o dos jugadores poderosos en los tableros que impongan respeto a los rivales. Y también hace falta que los dueños de la franquicia les laven la boca con ácido muriático a sus porristas. El Yaqui Irabién estaba escandalizado —y con razón— cuando oyó que desde lo alto de la tribuna oriente bajaban mentadas de madre para los árbitros. “Eso nunca se había oído en el básquetbol”, nos dijo quien es uno de los mejores defensas que ha tenido el deporte ráfaga en Yucatán. Y salió corriendo del Polifuncional.
Punto de sal. Cómo nos choca el diputado Javier González Garza —claro, del PRD— cuando pone cara de inteligente para decir estupideces (para usar una palabra suya) ante los reporteros.— Mérida, Yucatán.
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Nos mataron el Informe -
Martiniano Alcocer Álvarez
(Publicado en el Diario de Yucatán el 05/09/2007)
De fiasco en fiasco. Primero fue el fiasco de “Dean”. Ahora el fiasco del Informe. Resulta que uno de los referentes de la vida política nacional ya no existe más, es cosa del pasado remoto, es anacrónico rito imperial a cuyo entierro asistimos en esta hora de democracia, sin más ni más. Ahora el Presidente ya no tiene “su día”, su anual presencia en medio del boato y la pompa en todos los rincones de la patria para decirnos a los mexicanos que todo está muy bien, que aunque recibió un país roto y pudriéndose, el ha logrado con su cimera estatura de estadista ponerlo de pie.
Los políticos nos quitaron la certeza de saber desde un año antes de las elecciones, mínimo, quién iba a ser nuestro Presidente y nos dieron un placebo de democracia. Nos aseguraron que, al caer el gobierno de partido único, íbamos a ir en caballo de hacienda hacia un país moderno, democrático e igual para todos. Nos engañaron con abalorios.
A cambio, tenemos una nación que no funciona, en la que a la feria de las vanidades la ha suplido malamente el desfile de las estupideces. Con un partido que tiene en rehenes al país y lo somete a sus cerriles designios. Al que se le agradece —¿verdad señor Espino?— que le haya permitido al Presidente llegar a la tribuna a entregar su “paquetito rojo” y salir por peteneras.
Hoy nos han quitado el espectáculo magnífico del Informe y no atinan a suplirlo más que con un lamentable numerito de circo de pueblo. No cabe duda: ni a los huracanes ni a los políticos los hacen como antes. ¡Arredovaya!
Pero el Presidente se desquitó el domingo y les recetó un triunfalista recuento de éxitos.
Luminoso Compay. A los que nos portamos bien Dios nos recompensa siempre. La noche misma del nunca mejor mal llamado Informe, el Canal 22 nos regaló un concierto de Francisco Repilado, el Compay Segundo.
Durante dos horas disfrutamos de la calidad del músico cubano —creador del armónico, mezcla de guitarra y tres cubano de siete cuerdas con el que hacía sus peculiares armonías— y su simpatía.
Acompañado de su conjunto, con el que recorrió el mundo a partir de 1956, Compay Segundo ofreció lo mismo guarachas, sones, boleros, danzones y hasta una bella creación de la Malagueña. Después de oír a Máximo Francisco Repilado Muñoz, que es como se llama este músico inmortal, dormimos plácidamente y dejamos de pensar en todo lo que los políticos nos han quitado y lo mucho que nos quedan a deber gracias a su enorme egoísmo y falta de sensibilidad. Habría que decirles con el Compay Segundo que no olviden “qué linda es la vida, qué lindo es el amor” y que no nos sigan matando la ilusión y la alegría.
La RAE. Se llama Real Academia Española y no es de la lengua. O sea es RAE, no RALE como alguien escribió hace unos días con motivo del lanzamiento del Diccionario Práctico del Estudiante, una obra de las 22 academias hispanas que en el mundo son y que sin duda será de gran utilidad para los alumnos que se acerquen a abrevar en sus páginas lo esencial del idioma.
Y se llama RAE porque sus creadores no la fundaron, como malamente se dice, “para hacer un diccionario”, sino para que, a imitación de la Royal Society y la Académie Royale des Sciences, se ocupara de sistematizar el conocimiento científico en España, como aquéllas lo hacían en Inglaterra y Francia, respectivamente.
Sí es cierto que don Juan Manuel Fernández Pacheco, su fundador junto con un grupo de entusiastas admiradores de aquellas sociedades científicas, promovió la creación de un diccionario —el De Autoridades—, pero lo hizo porque se topó con la dificultad de que el castellano carecía de estructura uniforme y definida que permitiera hacer ciencia, como sí la tenían el inglés y el francés.
Su objetivo fue: “Fijar la ortografía, organizar la gramática y compilar un gran diccionario”, como sustento de su quehacer científico y filosófico.
Punto de sal. ¿Ha oído la pala bra preternatural? Es una bonita palabra.— Mérida, Yucatán.
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No los hacen como antes
Martiniano Alcocer Álvarez
(Publicado en el Diario de Yucatán el 28/08/2007)
“Dean” mediático. El tema del momento es el huracán “Dean”, que a estas alturas es sólo un mal recuerdo. El ominoso huracán que venía con vientos poderosos fue a fin de cuentas sólo uno más de los que han azotado y van a azotar a estas tierras, paso obligado de ciclones como el que acabamos de sortear con gran susto y escasos daños si se toma en cuenta todo lo que presagiaba. “Dean” sacó a la luz mucho de lo mejor que tenemos los mexicanos y yo quisiera quedarme con eso.
Pasado el susto, podemos agradecer que ninguna vida se perdió a causa directa del meteoro. Funcionaron los mecanismos de prevención antes, los de resguardo durante y los de auxilio van caminando a pesar de algunos políticos de uno y otro signo. Los bienes materiales son recuperables y con esfuerzo saldremos adelante.
Hoy quiero destacar aquí algo que llama la atención: ya ni a los huracanes los hacen como antes. El tal “Dean” venía precedido de ominosas predicciones, voces catastrofistas que desde la televisión y algunas redacciones nos pintaban paisajes apocalípticos, hablaban de olas de siete metros, tsunamis y otras amenazas. “Dean” los dejó mal. En la Península, donde entró con la máxima categoría, causó daños, sí, pero nada comparado con lo que esos agoreros de desgracias vaticinaban. Se quedaron chatos y qué bueno. Ojalá aprendan que no es el rating lo más importante sino una información serena, útil a auditorios y lectores.
Ni medio centavo. Me va a perdonar don César Bojórquez Zapata, pero yo a la sedicente Asociación de Municipios de Yucatán no le pagaría ni medio centavo. Sí mandaría a sus dirigentes a algún curso de redacción y ortografía elementales —de segundo de primaria para que no se les dañe el cerebro con conocimientos espesos— y les sugeriría no escribir nada, mientras no demuestren mejoría, que pueda ser leído en público.Y no es que uno quiera ser cruel con la ignorancia que exhibe el contrato firmado entre la Comuna que preside don César y el referido organismo, pero enoja que se pueda llegar a grados de falta de conocimientos tan graves en personas que se ostentan —se ostentan nada más— como profesionales.
Para no entrar en asuntos de sintaxis, llama la atención la forma en que tiran las comas y los puntos y comas para ver dónde caen y las faltas tan burdas de ortografía como escribir secenta en vez de sesenta, dispocision en ves de disposición… Y todavía se ofrecen a dar asesoría especializada —ojo: especializada— en “materia de autonomía municipal, asuntos financieros, desarrollo urbano, programas de descentralización, seguridad pública y demás...”. Uay, casi nada. Como no se les ocurra ofrecer también cursos de redacción.
Si quiere don César, por la mitad de lo que les va a pagar yo lo asesoro. Al menos no lo voy a poner en evidencia ante sus gobernados.
Genios por doquier. Para abonar el optimismo y no pensar que “todo está perdido en Dinamarca”, en estos días hemos oído hablar de niños que, uno a los 12 años, otro a los nueve y otro más a los 10 van a la Universidad.
Ahí tenemos a Horacio García, un niño mexicano de 11 años que estudia paleontología en la Universidad de Hidalgo y da clases de geología en la institución, o March Boedihardjo, de nueve años, para quien la Universidad Baptista de Hong Kong diseña un programa de estudios. O también Andrew Almazán, que ingresó a la Universidad de las Américas en Puebla y a sus 12 años comienza dos carreras: de médico cirujano y psicólogo.
Y la joven yucateca Andrea Márquez Lara, estudiante del Colegio Mérida, que ganó el primer lugar en la prueba Enlace de español, o los tres preparatorianos yucatecos —de la Prepa 1 y la Modelo— del equipo nacional en la Olimpiada de Matemáticas en Vietnam, uno de los cuales, Cristián Manuel Oliva Avilés, trajo la primera medalla (bronce) que conquista Yucatán en esa justa mundial.
Punto de sal. Gracias Natalia por la inmensa alegría de ser tu abuelo.— Mérida, Yucatán.
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Xek
Informe: otra vez pleito
Martiniano Alcocer Álvarez
(Publicado en el Diario de Yucatán el 14/08/2007)
Ritornelo. Como todos los años, por estas fechas se gastan toneladas de tinta y papel y se vierten miles de litros de saliva en el tema del Informe presidencial: que si ya es obsoleta la forma, que si está desgastado el procedimiento, que si debe hablar o no debe hablar el Presidente, que si debe oír o no debe oír a los legisladores, que si es un resabio de la era de la presidencia imperial..., en fin, palabras van y palabras vienen, años van y años y vienen y el tema de agosto es siempre el mismo: la comparecencia del mandatario ante la “augusta soberanía” del Congreso para dar cuenta de la marcha de los asuntos de la Nación.
Hoy de nuevo el tema está en el tapete de la actualidad, abonado por las palabras de Felipe Calderón que ofrece dialogar y debatir con los legisladores el 1 de septiembre en la misma casa del Legislativo.Unos dicen que se trata de un golpe mediático bien calculado por Calderón y sus asesores, en busca de su legitimación, la cual se daría automáticamente, piensan, al ser admitido como interlocutor válido por todas las fuerzas representadas en el Congreso, incluido el PRD, cuyo líder, Leonel Cota, se refirió hace unos días al mandatario —no se sabe si por un lapsus o mediante una calculada movida política—, como “presidente Calderón”. Otros, como AMLO —a quien le “da flojera” el Informe de Calderón—, o su títere en la capital, Marcelo Ebrad, advierten que haga lo que haga, el Presidente “no existe” o no “los va a arrodillar”.
Desde esta columna sostenemos que Felipe Calderón no necesita que nadie lo legitime. Las leyes e instituciones vigentes lo han hecho ya mediante los procedimientos establecidos. Pero también creemos que sí estaría bien que acuda a hablar con los legisladores no sólo ese día, sino todas las veces que uno u otro lo consideren necesario, en esa que es, según reza la propaganda al uso, la sede por antonomasia del diálogo político y que ambas partes pueden discutir sin cortapisas ni ánimos de fajador de barrio sobre los grandes temas nacionales.
Respecto del Informe, nos parece también que no hace falta nada de ceremonia y pompa. Con que lo entregue y se retire es más que suficiente.
Entonces, ¿quién la eligió?— Un poco en broma, pero mucho en serio, en los últimos días he preguntado a varias personas que lamentan la forma en que la gobernadora Ivonne Ortega Pacheco integró a su equipo de colaboradores si están arrepentidas de haber votado por ella. Invariablemente la respuesta es: “Eh, para nada, yo no voté por ella”. Y lo he preguntado a más de 10: ninguno admite haber votado por la señora Ortega.
Luego les he hecho y ahora las hago públicas las preguntas: ¿Y entonces quién la eligió? ¿De dónde salieron los más de 400,000 votos que la hicieron arrasar con sus rivales y le otorgaron una ventaja de 62,000 votos sobre el panista Xavier Abreu Sierra? De nuevo insisto: si los yucatecos, en mayoría suficiente para no dudar de su legitimidad, le dimos el triunfo —hayamos o no votado por ella, lo hicimos como sociedad—, si el proceso ya fue sancionado por las instancias que deben sancionarlo y si ya rindió protesta de ley y está en pleno ejercicio de sus atribuciones, a nosotros, a fuer de demócratas, como nos preciamos de ser, no nos queda más que darle nuestra confianza, esperar que cumpla sus promesas de campaña, acompañarla con todo nuestro entusiasmo para que haga las cosas lo mejor que pueda en beneficio de Yucatán. Y, si dentro de cinco años, el balance no arroja lo que esperábamos, de nuevo ejercer nuestra ciudadanía como electores responsables.
Nombrar a su gabinete es su responsabilidad. La de los integrantes de este equipo rendir al máximo para no fallarle a su jefa y dejar de pensar en elecciones para mirar lejos en el futuro de Yucatán. La nuestra, como ciudadanos, estar atentos y llegada la hora de ejercer nuestra soberanía pensar bien a quién le damos nuestra confianza.
La gasolina. Perdido entre una maraña de números mareantes, una danza de miles de millones de dólares, en el informe sobre la balanza comercial de México en junio —que incluye las más mareantes cifras del semestre—, un dato nos llama la atención: en el mes referido, México importó gasolina con un monto de 1,109 millones de dólares, un alza de 91.7%.
La información es preocupante, sobre todo porque México es un país que, según los especialistas, nada en petróleo y obtiene elevadísimas ganancias por la venta de crudo. Un dirigente del Grupo Constitución de ingenieros petroleros, entrevistado por el Imer, aseguró que el costo total de extracción del barril de crudo no pasa de los cinco dólares y se vende, hoy día, a más de 60 dólares. Pero también advirtió que el régimen fiscal impuesto a Pemex ahoga toda posibilidad de reinvertir esas fabulosas ganancias en exploración y explotación del crudo.
Resabios de la época del partido de Estado que, si seguimos manteniéndolos, van a llevar a la ruina a la industria petrolera en un lapso de 10 años, según el propio especialista. Y, como dijo alguna vez La Quina a De la Madrid, si se hunde Pemex, se hunde el país.
Punto de sal. Por favor, no les haga caso a los periodistas que escriben: “Se invirtieron recursos por un monto de...”. Mejor diga: “Se invirtieron... (y la cantidad que sea)”. Es muy bello en su concisión nuestro idioma y es muy cruel que lo engordemos con palabras “chatarra”.— Mérida, Yucatán.
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El gabinete que hoy llega
Martiniano Alcocer Álvarez
(Publicado en el Diario de Yucatán el 07/08/2007)
Es su decisión. La toma de posesión de la gobernadora Ivonne Ortega Pacheco hace necesario —en el sentido filosófico— reflexionar en torno a lo ocurrido el miércoles 1 de agosto.
En primer lugar hay que decir —como lo expresó la distinguida priista Dulce María Sauri Riancho en el programa El Columnista radio— que hoy podemos estar aquí comentando y haciendo críticas y observaciones a lo ocurrido ese día, a los nombramientos y las acciones realizadas hasta ahora en el nuevo régimen. Y eso tiene un valor en el que no siempre paramos mientes: hay respeto a valores fundamentales como la libertad de expresión y podemos dar nuestro punto de vista en libertad y sin cortapisas.
También que hay una normalidad democrática en la transición de un gobierno a otro, máxime que esta vez se hizo entre gobiernos de partidos distintos, y no vivimos violencia ni otros males que sufríamos en el antiguo régimen. Todo eso es un avance innegable de los yucatecos.
Asimismo, a la vista de lo ocurrido en Baja California, Oaxaca y Aguascalientes —estados los tres donde ganó la abstención—, tenemos que felicitarnos porque todavía creemos en el voto como arma fundamental de la democracia y vamos a las urnas a legitimar con el sufragio a nuestras autoridades.
Respecto a la conformación del gabinete —polémico y criticado desde el momento en que se conoció su integración—, como a muchos, a nosotros hay nombramientos que no nos gustan, pero tenemos que reconocer que en la legalidad hoy vigente es potestad indiscutible de la señora Ivonne Ortega elegir a sus colaboradores y lo que hizo fue ejercerla.
A nosotros, como ciudadanos, nos queda ser vigilantes de la eficacia y la eficiencia de los funcionarios y no olvidar nunca que la llave para cambiar las cosas está en nuestras manos y podemos ejercerla —pudimos ejercerla y lo hicimos— en las elecciones. Si no nos convence su actuación podemos cambiarlos. Ellos deben sentir que están bajo escrutinio de la sociedad. Y más les vale no olvidarlo.
El Peje otra vez. No se por qué, últimamente el “pejidente legítimo” me recuerda al peor Juárez, ese que en momentos importantes de la historia no supo estar a la altura de la generosidad que reclamaba México.
Para empezar, nos recuerda a aquel Juárez que llevaba en carreta a la Patria. O a lo que él creía que era la patria, ya que entonces México estaba profundamente dividido entre “colorados” (o sea liberales, proyanquis por cierto) y “mochos” (católicos a ultranza) que se enfrascaron en la más sangrienta lucha que recuerde esta nación.
Juárez gozaba de una legitimidad cuestionada, ya que se basó en la Constitución de 1857 para asumir el poder que sólo la muerte le quitó 14 años después y era más que evidente que la mayoría de la población no quería esa Carta Magna de corte liberal.
El Peje va por la vida pregonando que es él a quien “el pueblo” —una entelequia a la que se aferra— eligió y en esa tesitura se pasaría años y siglos si viviera. Pero pocos le hacen caso y menos lo toman en cuenta. Triste figura la suya de hoy, cuando su mayor amenaza es la “ley del hielo” a quien no le obedezca.
Las guerras de Eco. Acaba de salir a la venta un libro de Umberto Eco, distinguido piamontés, semiólogo y estudioso del fenómeno de las masas. Se llama “A paso de Cangrejo” y es una recopilación de “artículos, reflexiones y decepciones, 2000-2006”, como él mismo lo llama.
Leer ese libro, como todos los de Eco, requiere un sesudo esfuerzo de concentración para tratar de entender todo cuanto este intelectual de primera fila quiere decirnos. Eco considera que el mundo ha entrado en una “peligrosa regresión” en todos los órdenes, hasta el de la guerra.
Punto de sal. ¿Sabe usted por qué Eco se llama Umberto y no Humberto? Porque hace años los italianos, para evitarse fatigas y faltas de ortografía, desterraron la H de su abecedario.— Mérida, Yucatán.
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El que se va y la que viene
Martiniano Alcocer Álvarez
(Publicado en el Diario de Yucatán el 31/07/2007)
El hígado no. “Juzga con el cerebro frío y el corazón caliente”, reza una frase. Y no quiere decir otra cosa que pensar lo que se dice y decirlo con ánimo de hacer el bien y con la intención de buscar la mejoría personal y social, no desahogar frustraciones o cobrar revanchas.
Hoy estamos ante el relevo en el gobierno del Estado. Patricio Patrón Laviada traspondrá por última vez como gobernante las puertas de la que fue su oficina seis años. Hoy que entra en la historia de Yucatán, las encuestas, esas armas de la mercadotecnia, hoy de moda en la política, le dan una calificación apenas aceptable. Sus amigos seguramente le dirán que no les haga mucho caso. Sus enemigos se regocijarán restregándole en la cara unos números que tienen sus muchos asegunes. El, solo ante su conciencia, hará también la evaluación de su paso por el poder. La Maestra de la Vida se encargará de ponerlo en el sitio que le corresponde.
Quien esto escribe, hoy que Patrón Laviada se aleja del poder, quiere decirle que —visto desde los ojos de un ciudadano común y sin información privilegiada como parecen tener algunos “analistas” que examinan las cosas con el hígado o las miden según sus intereses— el balance es positivo para Yucatán que alcanzó un despegue sin precedentes en infraestructura y modernización de servicios, entre otros muchos logros.
Esperanzas. Mañana estrenamos gobernadora, la primera mujer que llega al mayor cargo político en Yucatán mediante elección. Ivonne Ortega Pacheco asume la jefatura del Ejecutivo avalada con el voto de los yucatecos. Dígase lo que se diga desde el resentimiento de los derrotados, su legitimidad democrática no está en duda.
Por ello, el compromiso es mayor. Está allá por voluntad de los yucatecos. Porque depositaron en ella sus esperanzas de mejoría económica y social. Hoy ya no hay campaña, no hay partidos ni partidismos, no hay spots que valgan y hay que dejar atrás las veleidades de la mercadotecnia y las vanidades de salir en la tele o en la foto. Sólo queda el aval del trabajo esforzado y eficaz. Hoy existe el compromiso enorme de estar a la altura de los anhelos de sus mandantes, de quienes la pusieron donde está.
Hacemos votos por que al concluir su mandato —en lo que dura un suspiro estará en la misma tesitura de su predecesor, entrando en la historia—, pueda mirar a la cara a los miles de ciudadanos que le dieron su voto y decirles: misión cumplida señores. Que dentro de cinco años, ella entregue un Yucatán infinitamente mejor que el que recibe.
Y que nos demuestre a todos —a los que creemos aun hoy que la democracia es la mejor forma de gobierno y a los escépticos— que los políticos pueden hacer la tarea y no son privilegiados que al llegar al anhelado cargo se olvidan quién se los otorgó. Ivonne es depositaria de las esperanzas de una sociedad. Con toda el alma le deseamos lo mejor para Yucatán.
Fontanarrosa. Esta columna no podía quedar callada ante la muerte de Roberto Fontanarrosa, humorista argentino, “canalla” hasta la muerte (literalmente y por ser hincha del Rosario Central) y autor de geniales personajes de caricatura, uno de ellos —el que le dio fama universal— Boggie el Aceitoso, del cual disfrutamos muchos años en la revista Proceso, la de los primeros años de una pléyade de periodistas de pro que encabezó Julio Scherer.
Él mismo nos habla en su autobiografía —consultar la página http://www.negrofontanarrosa.com— de todo cuanto fue y quiso ser. Nosotros queremos recordarlo este día como el autor del personaje cínico y corrosivo que se hablaba de tú con los mafiosos —incluidas la CIA y la Casa Blanca— que nos acompañaba todos los sábados en la última página de aquel semanario del que apenas quedan vestigios, hoy convertido en amarillenta caja de frustraciones y escandalosos reportajes. Gracias Negro por el humor negro de Boggie.
Punto de sal. Quien quiera saber cómo se usa el adjetivo ninguno, acuda a los diccionarios de dudas de la Academia y de don Manuel Seco.— Mérida, Yucatán.
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Ciudadanos comunes
Martiniano Alcocer Álvarez
(Publicado en el Diario de Yucatán el 24/07/2007)
Como cualquiera. La idea de que el Estado reconozca en las leyes la ciudadanía plena a los ministros de culto no es volver a los fueros y privilegios, aquellos que llevaron al gobierno a confiscar bienes a la Iglesia en el siglo XIX, sino hacer de los sacerdotes ciudadanos con todos sus derechos y todas sus obligaciones.
Una persona muy querida nos hizo ver, en relación con el Xek del 18 de julio, que hablamos entonces de derechos de los ministros de culto y no de obligaciones. Y tiene razón. Desde luego queremos personas “comunes y corrientes”, ciudadanos que paguen impuestos, respeten las leyes, que puedan ser llevados a los tribunales si cometen un delito —los pederastas por ejemplo—. Y no que, amparados en fueros y privilegios derivados de su supuesta relación directa con la divinidad, burlen las leyes.
Es inaceptable que, con sólo pagar millonarias cantidades —como ocurrió hace unos días en Los Angeles— laven sus culpas. El dinero no puede devolver inocencias arrancadas malévolamente a un niño, sanar heridas tan profundas como las que causa una persona con supuesta autoridad divina en el alma de un joven atacado sexualmente. La cárcel de por vida es poco castigo para esos seres malignos.
De eso se trata al pedir que los ministros de culto —de todos los cultos, no sólo los católicos— sean ciudadanos plenos: que sin privilegios con tufo a siglo XIX se enfrenten a los tribunales cuando delincan, como los pedófilos.
La filantropía. Por encima de programas asistencialistas —cuya utilidad está acotada por los intereses que mueven a la autoridad: la búsqueda de votos, por ejemplo—, la filantropía es el arma del futuro. Cuando la riqueza se dé cuenta de que es de su interés vital extender el brazo generoso y dar sentido social a los inmensos haberes acumulados, empezará a cambiar el mundo.
De hecho hay indicios por todos los confines del planeta de que esto comienza ya a ser realidad. Los mega ricos del mundo cada vez más destinan una parte de sus caudalosos bienes a programas de apoyo a los estratos más vulnerables. Tímidamente aún, pero en forma consistente, los habitantes de la privilegiada lista de Forbes crean fundaciones que tienen como declarado fin ayudar a los más necesitados con la creación de programas educativos y empresas sociales que los impulsen a salir de la postración. Cada vez más al margen del Estado se generan iniciativas a cuyo desarrollo hay que estar atentos porque pueden ser, andando el tiempo, el camino hacia una humanidad en la que no haya diferencias abismales.
Hoy, sin duda, y cada día más, los organismos de la sociedad están convertidos en verdaderos factores de poder distintos y a veces distantes del Estado. Surgen nuevas formas de vertebración social como los poderosísimos movimientos ambientalistas, los de defensa de los animales, los de promoción de los derechos humanos, que demuestran que la vida es posible sin las estructuras del Estado, cada día más rígidas e inoperantes y que se engullen —insaciables e inútiles presupuestófagas— buena parte de la riqueza generada por la sociedad. Por esa vía y desde los grandes capitales se está generando una nueva forma de asociación que hay que promover. La filantropía es la salvación de la humanidad.
Los ex. Los periodistas y en general quienes usamos la palabra como herramienta profesional tenemos un doble compromiso con su preservación y buen uso. Pero parece que eso importa poco menos que un bledo. Y eso se observa en detalles chocantes como llamar a la gobernadora electa ex alcaldesa de Dzemul, ex senadora, ex diputada local y otros ex que le van desgranando. También pueden decirle ex alumna de la escuela primaria tal, ex quinceañera, ex enferma de paperas... Uno debe cuidar lo que escribe, pero más si se ejerce profesionalmente el arte de la palabra. Y no digamos accesar—lengua del imperio—, sino acceder.
Punto de sal. Estamos aliviados: en invierno más personas se matan y en verano a más las matan.— Mérida, Yucatán.
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