Friday, May 11, 2007

Esta noche Catón desmitifica a la Historia
El Imperio y Juárez, bajo análisis en la Universidad Marista
(Publicado en la sección Imagen del Diario de Yucatán el viernes 11 de mayo de 2007)
El periodista se la encontró sentada en una de las bancas del Paseo de Montejo, observando, entre divertida y curiosa, una de las vacas que escultores japoneses exponen en el bulevar más importante de Mérida, obra —el paseo, no la vaca— del linaje de doña Lorenza Guadalupe Concepción Inmaculada de María de las Heras (“con H por favor”) Pérez de Valdelomar y Arrigunaga Peón —que así se llama la dama— y, como siempre, se acercó a saludarla.
Doña Lola —como le dicen quienes son de su “entorno” cercano— le dijo al reportero: “Supe que mañana viene a Mérida este señor que se hace llamar Catón para hablar de lo que él titula 'La otra historia de México' y que va a contar las andanzas y sucedidos del México que enfrentó a conservadores y liberales, o sea a la gente decente contra los masones ateos capitaneados por Juárez”.
—Así es doña Lupita —repuso el periodista, que sabía que ese apodo le “cae mal” a la señora De las Heras y un poco para “jorobarla” se lo dijo—, pero este señor no se hace llamar Catón nomás porque sí. Es un periodista con más de 60 años en el oficio, que escribe en decenas de periódicos de México —hace por lo menos cuatro décadas es colaborador editorial del Diario— y su libro “Juárez y Maximiliano, la roca y el ensueño” es uno de los más vendidos en el país, con sucesivas reimpresiones y con largas colas en los sitios donde se presenta de personas que quieren su autógrafo en el libro —algo así, doña Loló (otro apodo que le disgustaba), como un fenómeno mediático, con todo y que se trata de un libro—. Y según nos informan ya están ansiosos en la Universidad Marista de que llegue la hora de oír al autor.
—Pues tú puedes decir hasta misa y de tres padres si quieres —replicó la dama—, pero me aseguran que este señor es un liberal disfrazado y que a veces hasta defiende a los de izquierda en sus artículos pretendidamente moralizantes. Adviértele que yo voy a estar allá de incógnita entre el público y a seguir muy de cerca lo que hable. Y no voy a permitir que cambie las cosas de la historia. Has de saber que en mi casa tengo obras, legado de mis ancestros, donde se narra la verdadera historia —no la que han escrito los masones que estuvieron en el poder tantos años— de lo acontecido en esa época aciaga para la única y verdadera religión de los mexicanos, y guardo como uno de los recuerdos más preciados el abanico perfumado que le sirvió a mi bisabuela en la reunión para saludar a la emperatiz Carlota cuando visitó Yucatán.
—Respetable señora —interrumpió el reportero— yo he leído un poco del libro de don Armando Fuentes Aguirre —seudónimo que, como dice Tony el cartonista, le es muy útil al señor Catón a la hora de cobrar sus honorarios—, y creo que aborda con una muy sana objetividad los sucesos que a usted aún hoy día le molestan. No deje usted de ir a la conferencia —de paso ayuda a una noble causa— para que oiga usted a Catón —una mezcla genética a veces explosiva de liberales y conservadores— hacer la desmitificación de esos episodios de la vida que todavía a usted le causan escozor y, aquí entre nos, a veces hasta da la impresión de que ustedes los conservadores gozan de sus simpatías.
La noble dama enarcó las cejas, miró de soslayo al periodista, se dio dos o tres refrescadas con el abanico de sándalo que llevaba colgado del cuello con fina cadena de oro, y afirmó: “Será el sereno, pero yo por las dudas voy a estar muy pendiente”.
El periodista le dijo, tratando de convencerla de que Catón no es de ningún modo un tepché (hereje, en maya) iconoclasta, que, en reciente intercambio epistolar, el disertante de esta noche le aseguró que espera “con ansia la ocasión de llegar a Mérida y compartir con mis cuatro lectores la 'Historia de una historia', la que escribí sobre aquel sueño que concluyó en tragedia: el Imperio de Maximiliano”.
Y todavía más, le declaró: “No me sorprende que haya en Mérida quienes conserven la memoria de aquella visita extraordinaria (comenzada el 22 de noviembre de 1865, en Sisal, y concluida en 5 de diciembre, en Mérida), y que algunos se sientan 'ennoblecidos' por descender de quienes formaron el cortejo local de la emperatiz en aquella célebre ocasión” y que “es bueno hacer recuerdos de esas noblezas idas”, aunque aclaró que todo ello “a condición de que no pretendamos darles una vigencia que desde luego no tienen, pues entonces la nostalgia se vuelve cursilería risible”.
Esto último no pareció muy del agrado de doña Lorenza, quien hizo un leve mohín de disgusto —así lo describiría un novelista antiguo— y se alejó de la vaca japonesa rumbo a su casa, en el señorial Paseo de Montejo. Cerca ya de la entrada, advirtió de nuevo: “Por angas o por mangas, ahí estaré”.
El reportero le alcanzó casi a gritar: “Es a las 8 de la noche, en la Universidad Marista, en el Periférico, cerca de la carretera a Progreso”.— Martiniano Alcocer Álvarez

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