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El fanático sinaloense
Martiniano Alcocer Álvarez
Alvarado. Concedamos sin suponer: Salvador Alvarado cambió muchas cosas en Yucatán: las relacionadas con el trabajo asalariado y la situación de cuasi esclavitud en las haciendas, y promovió mejores medios de vida para los obreros; también fue creador de instituciones e impulsor de la lucha contra el alcoholismo que, ayer como hoy, embrutecía a los campesinos. Pero… Salvador Alvarado fue un destructor de cultura, historia y patrimonio de los yucatecos y derribó monumentos religiosos que atesoraban riquezas arquitectónicas, pictóricas y de arte sacro. Por combatir desde su fanatismo ateo el “fanatismo religioso”, dio al fuego y a la piqueta obras que venían de siglos.
Alvarado —una persona con nombre de estadio, diría un joven de hoy— es un personaje de claroscuros que durante décadas de priismo sirvió a los fines del gobierno de partido único. Hoy urge —como urge con todos los prohombres de la historia patria— desmitificarlo. La autoridad de la hora actual, que se dice democrática, debería, al mismo tiempo que le rinde homenaje —como el de ayer que celebraba la entrada del sinaloense en Mérida, tras la masacre (no batalla) de Blanca Flor— haría bien también en exponer sus desmanes fanáticos que destruyeron buena parte de la Catedral meridana con sus tesoros de arte sacro incluidos.
Los feos arcos del Pasaje de la Revolución —hoy Pasaje Escultórico— reconstruidos por el candidato panista, Xavier Abreu Sierra, cuando fue alcalde de Mérida, son buen lugar para explicar a las actuales generaciones que en ese sitio entre la Catedral y el Obispado (Museo de Arte Contemporáneo) hubo sendas capillas y otras instalaciones catedralicias destruidas por huestes imbuidas de soflamas fanáticas por Alvarado.
Fabio el deportista. En septiembre de 1962, entre un grupo de muchachos, llegó al Seminario Conciliar de Mérida, desde Isla Mujeres, un delgado, moreno y fuerte deportista. En el básquetbol y en el fútbol pronto se hizo notar. Rapidez, vistosos “triples” y pases de balón sin ver eran, en la cancha de básquetbol, la marca de la casa de este joven formado con la técnica norteamericana de los Misioneros de Maryknoll. Vistosos goles, trazos matemáticos, veloces desplazamientos en el campo lo distinguieron por encima de los demás de su grupo.
Fabio, el Obispo electo Fabio Martínez Castilla, fue el centro sobre el cual se construyeron las oncenas y las quintetas del Latinado. Todos jugábamos —el que esto escribe estaba en ese grupo— en torno a sus capacidades atléticas. Era, junto con Carlos Worbis Puerto, éste nuestro eje en la defensa tanto bajo los tableros como en la grama, la plataforma de lanzamiento que nos llevó a ganar varios campeonatos internos en tórridas batallas con el que se llamaba Curso Especial y que tenía como su figura al hoy abogado, notario y constructor Jorge Emilio Bolio Tapia, “Percherón”.
En homenaje al alguna vez compañero de ideales, recordamos estas facetas de Fabio. Felicidades Monseñor, eres el lujo del salón.
Yucas y huaches. A teatro lleno y con invitados de lujo —Fernando Espejo y Carlos Peniche—, Efrén Maldonado llevó a escena, el viernes 16, en El Olimpo, la segunda edición de su espectáculo “Yucas, Huaches y Yucahuaches”, cuya finalidad era hacer reflexionar a unos y otros y a quienes cabalgan entre los dos extremos —¿Verdad Fernando?— sobre los beneficios de la integración y el mutuo enriquecimiento. Fue un buen intento de Efrén que algunos de poco seso no entendieron.
Punto de sal. Héctor Herrera no está ni Cholo ni mal acompañado. Simplemente no está.— Mérida, Yucatán.
malcocer@dy.sureste.com
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