Wednesday, July 04, 2007

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Consumidores y más egoístas
Martiniano Alcocer Álvarez
(Publicado en el Diario de Yucatàn el 26/06/2007)
“La fuerza de los pocos”. Andrés Ortega, politólogo, columnista del diario español El País, acaba de publicar un libro titulado como comienza este párrafo. En la presentación, que estuvo a cargo del autor y de Juan José Millás, también columnista de El País y dueño de una prosa cautivadora y profunda, Ortega advirtió que hoy día “nos estamos convirtiendo de ciudadanos en consumidores y, más allá, en usuarios” y que nuestras sociedades se están quedando sin valores y transformándose en “poco profundas”.
Ortega advierte que “las religiones más radicales están reemplazando a la política” y considera que existe en estos momentos “una lucha por el poder en sí mismo, no para conseguir objetivos y hacer cosas”. Por eso mismo, cree que “los partidos políticos son como empresas de trabajo temporal” y ve un “gran peligro” en las “identidades sin raíces”. “Los nacionalismos inventan a menudo su propia historia”, afirmó, según una crónica del acto de presentación en Madrid. Ojalá pronto tengamos en México la obra de Ortega, que sale bajo el sello de Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores.
Ancianos desamparados. La ONU calcula que en 2050 habrá en el mundo 2,000 millones de ancianos (personas mayores de 60 años), de los cuales 1,600 millones estarán en los “países en desarrrollo” y 1,200 millones vivirán en condiciones de “inseguridad social”, lo cual no quiere decir otra cosa sino que las naciones en las que vivirán van a pasar serios problemas para financiar sus sistemas de pensiones y salud.
Hoy día la familia tradicional se enfrenta a profundas transformaciones y cada vez más los ancianos van quedando relegados porque los hijos no tienen tiempo para dedicarles, entregados como están, en su inmensa mayoría, a la búsqueda del estatus social y económico. En el mundo de hoy el anciano no tiene cabida y va dejando de ser el referente moral, el eje y núcleo en torno al cual van creciendo los hijos y los nietos. Dígame si no, hace cuánto tiempo que usted, lector, no se reúne en una comida dominical en la casa de sus padres si aún viven.
Quizá parezca trivial, pero aquellos almuerzos dominicales con puchero de tres carnes (un guiso tradicional yucateco hecho a base de res, puerco y gallina, con mucha verdura) en casa de los papás —donde los nietos abrevaban de la sabiduría de los ancianos y les alegraban a éstos la vida con su vitalidad— son hoy apenas un leve recuerdo. Casi siempre se suplen —porque es más cómodo y evita trajines— con el bufete en algún hotel o el viaje al restaurante en el puerto. Esto por decir sólo algo.
Aquellos hijos que todas las noches o las mañanas, camino a su casa o a su trabajo, pasaban a casa de sus padres a darles un beso y enterarse de cómo les iba son una especie en extinción. Y todo esto no significa otra cosa sino que los ancianos van siendo más y más un estorbo o cuando mucho la guardería gratuita de los hijos y eso mientras están utilizables.
El “Estado de bienestar a la europea”, como lo llama Andrés Ortega, no ha sabido “abordar con decencia” el problema de la ancianidad. Hoy el mundo es de los jóvenes, de quienes sólo saben usar la vida que en ellos rebosa para tener más cada día. Pero no deben olvidar aquella sentencia: “Como te ves me vi, como me ves te verás”. Tomen nota.
Muros y fronteras. Hay un tema de gran profundidad que hoy sólo vamos a esbozar pero que debería ser motivo de estudio de urbanistas, sociólogos y psicólogos: el de las “privadas”, o sea conjuntos de viviendas encerrados detrás de altos muros que aíslan a sus habitantes del tráfago y la miseria que viven fuera de esas fortalezas.
Censuramos con dureza a los Estados Unidos porque se atreven a levantar un muro para frenar la, por otra parte, imparable inmigración derivada de la pobreza y la injusticia en los países “expulsores”, pero no paramos mientes en ese fenómeno urbano cada vez más extendido: lindas casas, bellos jardines y confortables áreas comunes que dejan a sus ocupantes “lejos de todos”.
Punto de sal. La juventud pasa más rápido que un suspiro.— Mérida, Yucatán.
malcocer@dy.sureste.com
http://martinianoalcocer.blogspot.com/

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